VIETNAM
EL AMANTE DE MARGUERITTE DURAS
 
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Se trata de una novela de amor, basada en su experiencia casi biográfica de su paso por Indochina y su iniciación al amor, el descubrimiento de los sentimientos de una mujer sin tener en cuenta lo que piensa o siente el hombre.

La trama gira en torno a la relación amorosa entre una jovencita de quince años, hija de colonialistas franceses, y un hombre de negocios chino de veintiséis hijo de un hombre rico del sur de Vietnam.

Se describen los sentimientos de la familia de la joven, a quienes no agrada su relación con un hombre mayor que ella y que además ni siquiera es blanco pero esta relación es consentida pues gracias al dinero que aporta se tapan muchos huecos familiares.

La protagonista nos habla mucho de su familia, nos habla del hermano mayor toxicómano, del hermano menor con su problema mental,, nos describe los lugares en los que vivió, el calor del río mekong, el papel de la comunidad francesa en Indochina Es muy interesante además la manera en que se describe a sí misma; en muchos casos se describe a sí misma desde el punto de vista de otros, lo que nos incita a pensar si era así realmente o bien es como ella deseaba ser percibida por los demás.

La relación entre la joven y su amante es una relación tortuosa. Se puede imaginar perfectamente bien esas escenas donde el hombre se siente a la vez ferozmente atraído por la mujer y culpable de amarla. Se viven en detalle las tardes que pasan juntos mientras no acude al colegio, casi tratado como algo normal.

Según nos describe la autora podemos imaginar con facilidad como era Vietnam en esos días, los medios de transporte que se empleaban, el tiempo que se tardaba en recorrer escaso kilómetros, el transbordador que acerca semanalmente desde Saigon hasta Sa Dec, la limusina que acompaña a los dos amantes; los sonidos de la habitación en los encuentro nos transporta a un mundo de olores, sentimientos y tormenta.

Nos hace enteder sus sentimientos, no sólo la necesidad que tiene la joven del afecto del hombre, sino muchos otros, como los sentimientos hacia sus hermanos y hacia su madre. Pensamientos que a veces nos vienen a la cabeza y parece que olvidamos, pero que se quedan ahí, como el de que hay que enseñarle a la gente que la inmortalidad es mortal.

El final no tiene otra lectura es el mas lógico en un mundo de conflictos.

La autora nació en Indochina en 1914. A los 18 años se fue a Francia donde estudió Derecho y Ciencias Políticas. Durante toda su vida se expresó a través de la escritura, el cine y el teatro. Escribió 20 novelas. Una de las más famosas es "El Amante" por la cual, entre otras, recibió el Premio Goncourt. Falleció a los 81 años el 3 de marzo de 1996.

EL AMANTE:

La imagen arranca de mucho antes de que el hombre haya abordado a la niña blanca cerca de la borda, en el momento en que ha bajado de la limosina negra, cuando ha empezado a acercárse , y ella lo sabía, sabía que él tenía miedo.
Desde el primer instante lo tiene muy claro que el hombre está en sus manos. Por tanto, otros, aparte de él, podrían también estar en sus manos si la ocasión lo permitiera. También sabe algo más: que, en lo sucesivo, ha llegado ya sin duda el momento en que ya no puede escapar a ciertas obligaciones que tiene para consigo misma. Y que la madre no debe enterarse de nada, ni los hermanos, lo sabe también ese día . Desde que ha entrado en el coche negro, lo ha sabido, está al margen de esa familia por primera vez y para siempre. Desde ahora no deben saber nada de lo que ocurra. Que se la quiten, que se la lleven, que se la hieran, que se la arruinen, ellos no deben enterarse. Ni la madre, ni los hermanos. Esa será, en lo sucesivo, su suerte. Es ya como para llorar en la limusina negra.
La niña ahora tendrá que vérselas con ese hombre, el que se ha presentado en el transbordador.
Ocurrió muy pronto aquel día, un jueves. Cada día iba a buscarla al instituto para llevarla al pensionado. Y luego una vez fue al pensionado un jueves por la tarde. La llevó en el automóvil negro.
En el barrio de Cholon esta dirección opuesta a los bulevares que conectan el distrino que pueblan los chinos con el centro de Saigon, esas grandes vías diseñadas por los franceses están surcadas de tranvías, cyclos --cochecillos chinos tirados por un hombre--, autobuses. Es por la tarde, pronto. Ha escapado al paseo obligatorio de las chicas del pensionado.
Es un apartamento en el sur de la ciudad. El lugar es moderno, diríase que amueblado a la ligera, con muebles estilo moderno. El hombre dice: no he elegido yo los muebles. Hay pocos en el estudio. Ella no le pide que abra las persianas. Se encuentra sin sentimientos definidos, sin odio, también sin repugnancia, sin duda se trata ya del deseo. Lo ignora. Aceptó venir en cuanto él se lo pidió la tarde anterior. Está donde es preciso que esté, desterrada. Experimenta un ligero miedo. Diríase, en efecto, que eso debe corresponder no sólo a lo que debía suceder precisamente en su caso. Está muy atenta al exterior de las cosas, a la luz, al estrépito de la ciudad en el que la habitación está inmersa. Él tiembla. Al principio la mira como si esperara que hablara, pero no habla. Entonces, él tampoco se mueve, no la desnuda, dice que la ama con locura, lo dice muy quedo. Después se calla. Ella no le responde. Podría responder que no lo ama. No dice nada. De repente sabe, allí, en aquel momento, sabe que él no la conoce, que no la conocerá nunca, que no tiene los medios para conocer tanta perversidad. Ni de dar tantos y tantos rodeos para atraparla, nunca lo conseguirá. Es ella quien sabe. Sabe. A partir de su ignorancia respecto a él, de repente sabe: le gustaba ya en el transbordador. Ella le gusta, el asunto sólo dependía de ella.
Le dice: preferiría que no me amara. Incluso si me ama, quisiera que actuara como acostumbra a hacerlo con las mujeres. La mira como horrorizado, le pregunta: ¿quiere? Dice que sí. Él ha empezado a sufrir ahí, en la habitación, por primera vez, ya no miente sobre esto. Le dice que ya sabe que nunca le amará. Le deja hablar. Dice que está solo, atrozmente solo con este amor que siente por ella. Ella le dice que también está sola. No dice con qué. Él dice: me ha seguido hasta aquí como si hubiera seguido a otro cualquiera. Ella responde que no puede saberlo, que nunca ha seguido a nadie a una habitación. Le dice que no quiere que le hable, que lo que quiere es que actúe como acostumbra a hacerlo con las mujeres que lleva a su piso. Le suplica que actúe de esta manera.
Le ha arrancado el vestido, lo tira, le ha arrancado el calzoncillo de algodón blanco y la lleva hasta la cama así desnuda. Y entonces se vuelve del otro lado de la cama y llora. Lenta, paciente, ella lo atrae hacia sí y empieza a desnudarlo. Lo hace con los ojos cerrados, lentamente. Él intenta moverse para ayudarla. Ella pide que no se mueva. Déjame. Le dice que quiere hacerlo ella. Lo hace. Le desnuda. Cuando se lo pide, el hombre desplaza su cuerpo en la cama, pero apenas, levemente, como para no despertarla.
La piel es de una suntuosa dulzura. El cuerpo. El cuerpo es delgado, sin fuerza, sin músculos, podría haber estado enfermo, estar convaleciente, es imberbe, sin otra virilidad que la del sexo, está muy débil , diríase estar a merced de un insulto, dolido. Ella no lo mira a la cara. No lo mira. Lo toca. Toca la dulzura del sexo, de la piel, acaricia el color dorado, la novedad desconocida. Él gime, llora. Está inmerso en un amor abominable.
Y llorando, él lo hace. Primero hay dolor. Y después ese dolor se asimila a su vez, se transforma, lentamente arrancado, hacia el goce, abrazado a ella.
El mar, informe, simplemente incomparable.
La imagen, ya en el transbordador, habría participado de esta imagen, adelantándose.
La imagen de la mujer de las medias zurcidas ha cruzado por la habitación. Al final, aparece como niña. Los hijos lo sabían ya. La hija todavía no. Nunca hablaran juntos de la madre, de ese conocimiento que poseen y que les separa de ella, de ese conocimiento decisivo, último, el de la infancia de la madre.

La madre no conoció el placer.
No sabía que se sangraba. Me pregunta si duele, digo no, dice que se siente feliz.
Seca la sangre, me lava. Le miro hacer. Insensiblemente vuelve, se vuelve otra vez deseable. Me pregunto cómo he tenido el valor de ir al encuentro de lo prohibido por mi madre. Con esa calma, esa determinación. Cómo he llegado a ir “hasta el final de la idea”. 

El parecido de la protagonista hace mucho mas creíble su historia

   
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