BLOG DEL VIAJE POR FRANCIA por R.RICO, Parte IV
 
Directorio:

ESTE RELATO SE HA DIVIDIDO EN CUATRO PARTES PARA FACILITAR SU LECTURA.

PULSE PARA ENTRAR PARTE I
PULSE PARA ENTRAR PARTE II
PULSE PARA ENTRAR PARTE III

PARTE IV

Disneyland París

Amanece el día 9 de agosto y, tras nuestro pantagruélico desayuno –como siempre– y avituallarnos con el tente en pie de los niños, cogemos los coches para ir a la búsqueda de Disneyland París.

Cogemos la M-30 de París y buscamos, la salida hacia la autopista A-4 dirección Metz-Nancy.

Llegamos, sin grandes complicaciones, a Disneyland París y, previo pago de 121 euros por dos adultos y un niño –y 8 euros más por el aparcamiento–, penetramos en el mundo de la fantasía (para los niños, para los padres un sacacuartos).

El día no acompaña mucho, está nublado –lo que se agradece pues hace un poco de bochorno–. Pasamos todo el día allí, bueno hasta que empezó a llover, a eso de las cinco y media, y a las siete o siete y media decidimos –nosotros no cogimos los chubasqueros del hotel– que ya estaba bien de estar mojados y a disgusto, pues también bajó la temperatura. Cuando nos fuimos diluviaba y en el parking, que cuando llegamos estaba a rebosar, ya apenas quedaban unos cuantos coches (impresionante parking, por cierto).

Los niños descubrieron el mundo de la fantasía y yo que un gran número de empleados es de origen español o con ancestros españoles (también que se esfuerzan más en entenderte, y en que les entiendas, los auténticos franceses que los “adoptados” españoles –cosa de la genética, supongo–).

La comida, lógicamente, a base de hamburguesas (producto típico americano y socorrida comida para los que no dominamos los idiomas –aunque nos atendieron, por los nombres por los que les llamaban, españoles o hijos de españoles: José Luis, Manuel, etc. –).

Disneyland París

En conjunto está bien (más cuidado y actualizado de lo que está, por ejemplo, la Warner en España), pero ¿Qué quieres que te diga? A mí que no me esperen más veces. Está especialmente diseñado para sacarte los cuartos y de los niños sólo buscan el dinero de sus padres. No me parece adecuado que un centro de ocio, diseñado para el divertimento de los niños, tenga actividades vedadas a los más pequeños.

Las colas para entrar en las actividades: evitables (ya que disponen de tecnología informática, que no la utilicen sólo para expedir los billetes), agotadoras y aburridas.

Volvemos a la ciudad y nos refugiamos en el hotel hasta el día siguiente, en que esperamos que no siga lloviendo.

Llueve durante toda la noche, qué confortable es este hotel de dos estrellas, las habitaciones mantienen una agradable temperatura y, si tienes calor, puedes abrir el tragaluz que hay en la habitación sin miedo a mojarte.

Chispea a ratos, cuando nos levantamos, el 10 de agosto. Bajamos a desayunar tras el obligado aseo. Como siempre amortizamos el bufé.

Rejería de Versalles (Francia)

Hoy dedicaremos todo el día a visitar Versalles.

Pues sí, nos dirigimos a Versalles, con despistes incluidos, y llegamos a la magnífica explanada que da acceso, y sirve de aparcamiento de pago, a los que queremos visitar este inmenso palacio.

Por lo que se ve, también, está en obras. De mejora, supongo. La cola es más larga que un día sin pan. Esperamos pacientemente durante una hora y media, más o menos, que los niños aprovechan para echarse algunas carreras, matar avispas y horadar la arena que une los adoquines de la explanada (Rut).

Hacemos incursiones por los extremos para aprovechar el tiempo y adquirir conocimiento del lugar. Las niñas piden una “torre Eiffel”luminosa de recuerdo que vende un hombre de color ¡Ni hablar!

Cuando nos llega el turno, adquiero cuatro billetes de adultos (los niños, afortunadamente por la edad que tienen, no pagan en los principales museos) para visitar los museos de París durante cuatro días sin límite de veces y con validez para la mayor parte de los sitios interesantes de la ciudad y sus alrededores. 45 euros cada pase (aunque es caro, si lo utilizas bien, te ahorras dinero).

Comenzamos la visita (agotadora por el tamaño del palacio, sus jardines y los sitios y palacetes a visitar).

Entrada al Palacio de Versalles

Comemos, unos paninis (le llaman ellos, bocadillo le llamo yo) que compramos en un bareto de los jardines (frente a los aseos), y seguimos visita al palacete de Mª Antonieta (un poquito, bastante, más pequeño que el palacio principal) a una respetable distancia del bloque principal (la suficiente como para que se te quiten las ganas de ir a decir a Mª Antonieta: ven que me tienes que planchar una camisa).

Al final (durante la espera para entrar) ha abierto el día y disfrutamos de un bonito y caluroso día de verano.

Acabamos la visita, cansados como es lógico, y aprovechamos para ir a visitar el Arco del Triunfo.

Son las siete menos cinco cuando llegamos a las inmediaciones del Arco del Triunfo y aparcamos en la zona. No ponemos papeleta de aparcamiento porque quedan cinco minutos para que deje de ser obligatoria (confiamos en que el vigilante no pase por aquí durante el poco tiempo que queda).

Decoración del Palacio de Versalles

De camino al monumento me compro unos gayumbos de diseño al módico precio de 7 euros (¡Joder! Ni en el Alcampo hay estas gangas).

Está bien este Arco del Triunfo (bastante más grande que el de Moncloa, en Madrid).

Sacamos las tarjetas que hemos adquirido en Versalles y se nos abren todas las puertas. Los niños no pagan. El señor de la taquilla llama al ascensor (dirigido por un ascensorista) para que subamos con los niños ¡Nada de estrechas escaleras!

En un suspiro estamos en la sala interior, donde hay una tienda de souvenires y vitrinas con explicaciones sobre el monumento. Pasamos a la minúscula escalera que da paso a la cubierta del Arco del Triunfo.

¡Que buenas vistas de todo París! Se ve la Torre Eiffel, el Sacré Cœur, las avenidas radiales que tienen su origen, o pasan, por esta plaza, etc.

Nos hartamos de hacer fotografías, tanto de lo que se ve como de los que allí estamos, y bajamos (otra vez en ascensor) para dedicarle un poco de nuestra atención a la base, que también tiene su aquel.

Bajamos paseando por el boulevard hasta donde hemos aparcado y hacemos una turné por las calles de París. Pasamos por el puente donde se encuentra la réplica de la Estatua de la Libertad.

Llegamos a nuestro acogedor hotel y salimos a comprar comida (cena) china a un restaurante cercano.

Arco del Triunfo (Paris)

Cenamos una combinación de comida hispano-china en la habitación, después, cada mochuelo a su olivo. ¡A dormir!

Estando cansado ¡Qué bien se duerme y qué cortas son las noches!

Día 11 ¡Sólo nos quedan tres días que podamos aprovechar, el cuarto será de viaje!

Hoy vamos a visitar, en primer lugar, Nôtre Dame.

Llegamos en Metro, medio en el que nos desplazamos siempre que nos movemos por la capital, hasta las inmediaciones de la catedral. Nos perdemos (como casi siempre), vamos justo en la dirección contraria a la que es y dejamos sin ver el Palacio de Justicia (parece ser que tiene unas cristaleras asombrosas), donde hemos salido del Metro, cosa de las prisas.

Tomamos un café, en un bar frente a la catedral (para poder acceder al servicio hay que consumir, en toda Francia es así, a cambio tienes unos servicios equipados y limpios), y guardamos cola (larga, porque sólo pueden subir a las torres quince o veinte personas –no lo recuerdo ya– en cada turno) durante una hora o así.

Notre Dame (Paris)

Aprovechamos para acercarnos, por el exterior, al jardín adosado al ábside de Nôtre Dame y hacer fotos.

En la fila entablamos conversación (¡No, en francés no!) con un matrimonio español que nos precede (creo que en esta época, aquí, hay más españoles –entre trabajadores y turistas– que en España). Hablamos de Francia, de vinos (españoles, por supuesto), de comida (de uno y otro países) y de viajes. ¡Lástima, por poco! Nos despedimos de la familia española.

Nôtre Dame muy bonita. Como ya es costumbre, voy a dar algunos detalles curiosos de esta catedral.

Hay que ascender 387 peldaños para subir a lo alto de la torre.

La fachada tiene 40 metros de ancho.

Hay 28 estatuas de reyes sobre la Galería de los Reyes (en la fachada principal).

Portada de Notre Dame (Paris)

La anchura del crucero (transepto) es de 48 metros, la altura bajo la bóveda es de 34 metros, la altura total de las torres es de 69 metros y las dimensiones del coro son de 28 por 12 metros.

Notre Dame posee 5 naves, 37 capillas y 3 rosetones.

El diámetro de los rosetones del crucero es de 13,5 metros (norte y sur) y el del rosetón de la fachada occidental (el que está en la fachada principal) es de 9,60 metros.

Posee 113 ventanas y 75 columnas o pilares.

La torre norte alberga las 4 campanas benjamine.

La meridional alberga la campana mayor de Notre Dame, que lleva el nombre de “Emmanuel” y pesa 13 toneladas (sólo el badajo de la campana mayor, Emmanuel, pesa 500 kilos) y fue instalada en 1686. Ésta, Emmanuel, sustituyó a la antigua campana mayor “Jacqueline”. Cuando se instaló, la campana mayor Emmanuel llevaba también el nombre de María-Teresa (Marie-Thérèse).

Seguro que hay más cosas que no he reflejado pero tampoco voy a escribir un libro y, para andar por casa, con estos datos es suficiente.

Juana de Arco Catedral de Notre Dame (Paris)

Subiendo por la estrecha escalera de caracol (a la torre norte, que es por la que se sube tanto a ésta como a la sur –comunicadas a través de la Galería de las Quimeras–), en una ventana por fuera, hay un nido de palomas con pichones que están siendo alimentados por uno de sus padres ¡Más vale llegar a tiempo que rondar un año! ¡Hay ocasiones que valen un Potosí! ¡Toma foto!

Muy tétricos los tejados de la catedral con sus múltiples gárgolas (de infernal y monstruoso aspecto) y protegidos por una red metálica para impedir saltos como el del Jorobado de Nôtre Dame. Buenas vistas sobre el Sena, la plaza que se extiende a sus pies y los barrios de la ciudad como telón de fondo. La Torre Eiffel, siempre visible. No sé si es que la veo desde todos los puntos en los que hemos estado o es ella quien me vigila a mí.

Tras la visita (nos toca esperar a que la escalera esté vacía para empezar el descenso, no permiten que se junten dos grupos) a las alturas bajamos por la escalera de caracol de la torre sur. Salimos a la plaza de la fachada principal. Tanta espera para tan poca estancia (claro que tampoco nos vamos a quedar a vivir aquí).

Exterior de Notre Dame (Paris)

Nos encaminamos a la entrada (como si del Metro se tratara) de la cripta, que se encuentra al otro extremo de la plaza que domina la construcción.

Bajo la explanada el subsuelo está hueco, hay un laberinto de antiguos vestigios de las primeras construcciones que allí se levantaron, explicados en paneles (con interruptores de luz que iluminan la parte que observas) y maquetas. Muy interesante.

Salimos a la luz del día otra vez y, tras cruzar el puente que separa la isla donde se encuentra la catedral, nos integramos en el hacinado gentío que circula por las calles, peatonales la mayoría, para dirigirnos a comer. A un McDonalls, claro.

Encontramos uno junto a una bonita plaza con fuente (en la rue Berger) y pedimos, como podemos, a una nada satisfecha empleada nuestros menús. Nos atiende con más disgusto que gusto ¡Qué pena tan temprano y ya de mala leche! ¡Peor para ella que es la que tiene que aguantar allí hasta el final de la jornada laboral!

Después de haber hecho por la vida nos acercamos hasta el centro de arte Georges Pompidou que, a decir verdad, está muy cercano al sitio elegido para comer.

Seguimos paseando por calles, en su inmensa mayoría, peatonales ¡Igual que Madrid!

Llegamos a la plaza donde se levanta el Museo Georges Pompidou –por lo que lleva el mismo nombre–, nos acreditamos, con nuestros flamantes pases de cuatro días, y me hacen dejar la mochila en la consigna ¡Joder qué miedo tienen gracias a la campaña de “Paz Duradera e Infinita” del Sr. Bus!

Panorámica desde Notre Dame (Paris)

Subimos por las escaleras mecánicas adosadas al lateral de la plaza por la que hemos llegado, desde las alturas –en la plaza– se ve un gran icono, pintado en el suelo, que indica que es un espacio wifi. Empezamos la visita por la última planta (creo que es la quinta).

Museo Georges Pompidou (Paris)

Desde aquí arriba, tras el cristal protector, se domina la plaza Igor Stravinski –en el flanco sur del museo– con su estanque de objetos multicolores, donde la gente se arremolina tanto para ver, como para descansar, y la iglesia de Saint Merry en el extremo opuesto.

Imposible visitar todo el museo por su tamaño y número de salas. Giramos una rápida visita a la quinta y tercera plantas. En la planta baja entramos en un espacio dedicado a los más pequeños. Allí disfrutas de juegos interactivos, curiosos juegos “puzzle”, etc. Retiro mi mochila de la consigna y ¡Adiós!

Intentamos encontrar las Galerías Lafayette. Como no somos capaces, y tras usar unos modernos y “graciosos” servicios públicos –gratuitos–, nos dirigimos a la plaza que se encuentra junto al McDonalls (el Forum des Halles), donde cogemos el Metro, en Les Halles ¿Cómo sino se iba a llamar?

Llegamos a la estación de la Bastilla para ver la columna de Juillet, que se levanta en honor de los revolucionarios que murieron en Los Tres Días de Gloria, 27, 28 y 29 de julio de 1830.

La columna, de bronce, y su pedestal descansan sobre una base circular decorada con mármol que conduce hacia la galería funeraria donde fueron colocados dos grandes sarcófagos que contienen los restos de los mártires de los Tres Días de Gloria y de la Revolución de 1848. Sin embargo se dice que no solamente descansan allí los restos de los mártires, pues cuando se realizó la exhumación de los restos se asociaron con ellos los de algunas momias egipcias que habían sido llevadas a Francia 50 años atrás por científicos que acompañaron a Napoleón Bonaparte en su expedición a Egipto.

Plaza Igor Stravinski (París)

El pedestal está decorado con bajorrelieves en los cuales se reproducen los días 27, 28 y 29 del mes de julio. La gran columna de 23 metros de altura está formada por 21 cilindros labrados con los nombres de los 615 combatientes de la Revolución de Julio.

La parte superior de la columna se remata con una elegante balaustrada sobre la que queda soportada la esfera que sirve de apoyo a la estatua del Espíritu de la Libertad. Esta figura desnuda posa el pie izquierdo sobre la esfera mientras mantiene elevada la pierna derecha, las alas están abiertas y tiene una estrella por encima de su frente. La mano izquierda sostiene las cadenas rotas del Despotismo, mientras que la mano derecha sostiene la antorcha de la Civilización.

¡Mucho he contado para lo poco que estuvimos allí!

Regresamos al confort de nuestro hotel ¡Por hoy ya hemos tenido bastante cultura!

Plaza de La Bastilla (París)

Vamos a por una pizza para los niños. La compramos en una pizzería, que está a escasos metros del hotel y que se encuentra a punto de cerrar. Dejan de limpiar el suelo, colocar mesas y limpiar planchas de cocina para atendernos (todos los trabajadores, tres, son de origen magrebí) con amabilidad.

Comienza el día 12 como todos, con el aseo personal y el abundante desayuno que tomamos en el hotel.

Está lloviendo a cántaros ¡Menos mal que para hoy hemos programado la visita al Louvre!

Metro y hasta el museo, sin salir al exterior pues está comunicado con la estación más cercana.

Llegamos, por los pasillos que discurren bajo tierra y que conducen hasta la mismísima entrada del Louvre, hasta la pirámide invertida –de cristal– que parece haberse incrustado en el cruce de corredores, separada verticalmente a escasos centímetros de otra, de no más de setenta centímetros, que se eleva desde el suelo –posiblemente de mármol–.

Nos ponemos en una de las diminutas colas y, con nuestros flamantes pases, entramos en un abrir y cerrar de ojos (otra vez, los niños no pagan).

Museo del Louvre (Paris)

Nos dirigimos, en primer lugar, a ver a la “Gioconda” o “Monna Lisa” (como cada quien prefiera). Subimos escaleras del ala Denon, pasando frente a la Victoria de Samotracia, situada en el lugar preferente del rellano de las escaleras que conducen al ala Richelieu o al Denon (según tomes la escalera de la izquierda o de la derecha). Nosotros tomamos el camino del ala derecha y salimos a una inmensa sala (iluminada a través del techo, curvo y lleno de cristales transparentes, además de por la luz artificial que apenas sobresale de la natural que se filtra cenitalmente).

Vamos rápido, lo que implica que no nos paramos mucho a ver la ingente cantidad de cuadros colgados a ambos lados de las salas, para llegar lo antes posible. Llegamos a la sala donde se encuentra, especialmente custodiada y retirada del público, la “Gioconda”.

Todo el mundo está en esta sala. Vamos acercándonos al pequeño cuadro (tampoco es gran cosa, en cuanto a tamaño) como si de la entrada a un cine se tratara: primero la cola es muy amplia, hasta casi llenar la anchura de la sala, para, poco a poco, irnos apretando los unos contra los otros, con el fin de poder estar lo más cerca y perpendicular a la obra maestra de Leonardo.

Llegamos, no sin dificultades, a las proximidades del cuadro. Estamos situados frente por frente, a escasos dos metros de la pintura, cuando un vigilante, de los tres o cuatro –entre hombres y mujeres– que se encuentran tras el cordón de protección, les dice a los niños que pasen bajo este cordón para situarse en otro, por detrás de los vigilantes, a un metro escaso de la codiciada obra de arte ¡A este gesto le llamo yo cultivar la cultura desde la infancia! ¡Olé sus cojones!

Museo del Louvre (París)

Salimos, para dejar paso a los que vienen empujando desde atrás y por ver otras cosas, a otra sala para llegar a la zona donde se encuentran los pintores italianos y españoles, un poco más al fondo. Aprovechamos para hacer unas fotos al estilo de los cuadros que hacen de fondo.

Continuamos nuestra visita a este inmenso museo por la zona Sully, donde se encuentra la representación del arte etrusco, griego, romano y egipcio. Bajamos por esta misma zona a la planta baja para disfrutar del arte de los faraones, pasando primero por la sala donde se expone la Venus de Milo. Muy bonita y grande. La sala, como la de la Gioconda, atestada de gente.

Seguimos por el arte egipcio (momias, sarcófagos, figuras, canopes, etc.) llegando hasta el arte africano, asiático, oceánico y americano.

Así hasta las dos de la tarde, hora en la que hacemos un alto en el camino para salir del museo, a la entrada principal bajo la plaza, donde en un puesto compramos sanwiches y patatas para comer.

Tras comprar un libro, en francés, que luego devuelvo, tomamos el Metro con destino a los Inválidos –Hôtel des Invalides– (mandada construir por Luis XIV para los veteranos inválidos de guerra sin hogar y donde, finalmente por orden de Luis Felipe de Orleans, se constituyó la faraónica tumba donde reposan los restos de Napoleón –para que luego digan de la Cruz de los Caídos–).

A la salida del Metro no llueve ¡Diluvia! Esperamos un rato junto a otros refugiados en el Metro y, al final, optamos por arriesgarnos a mojarnos un poco (llevamos chubasqueros y paraguas). Cuando llegamos a las puertas del colosal monumento funerario ya no llueve con la fuerza que lo ha hecho al salir del Metro.

Museo del Louvre (París)

Mostramos los pases y para adentro.

En la zona por la que entramos está el Museo del Ejército, con salas donde se muestran los artilugios de guerra: cañones (de todos los tamaños), armas (de todos los tiempos), cotas y armaduras (de diversa gente importante, incluidos algunos reyes), etc. Bonito pero esto no es lo que hemos venido a ver. Salimos al pasillo y continuamos hacia el mausoleo.

Más que un mausoleo parece una catedral. Entramos en un gran salón con salas a los lados, donde se encuentran los sarcófagos de ilustres personas (el hermano de Napoleón, por ejemplo) y, en el centro, un gran agujero. Pues sí, al final este tío era más listo que los demás, te obliga a bajar la testa para mirarle (en su última morada, claro).

Allí abajo está, en el centro de una sala circular sin techo, el inmenso sarcófago (parece ser que consta de seis sarcófagos del mismo material, encajados unos dentro de los otros) de porfirio rojo de Rusia sobre una base de granito verde de los Vosgos.

Bueno un poco de descanso, que hacemos en el restaurante o bar, no está muy claro, que hay en el pasillo que comunica el mausoleo con el Museo del Ejército. Coca-cola, agua, cafés, bollos, helados y abandonamos este lugar para visitar el “Mercado de las Pulgas” (que unos argentinos que encontramos ayer a la entrada del Metro de Les Halles.

Sarcofago de Napoleón (París)

Nos dijeron que era un mercado, al estilo del Rastro madrileño, donde se podían comprar cosas a precio de ganga y que merecía, por sí mismo, una visita para conocerlo.

Allí estamos, donde Cristo dio las cuatro voces. En el fin de París. Ni comparación con el Rastro, aquí todos los vendedores son inmigrantes (africanos, asiáticos, etc.) y ni hay gangas (que merezcan la pena), ni hay tantos puestos (quizá por el día tan lluvioso que ha hecho hoy).

Justo enfrente hay un Carrefour. Bueno pues allí acabamos, comprando calcetines, capas de agua, chaquetas y comida (incluida una terrina de foie de pato y una botella de Burdeos).

A la salida del centro comercial preguntamos, como podemos, a unos lugareños qué Metro nos queda más cerca y nos mandan a una estación que, además de estar más para allá de donde Cristo dio las cuatro voces, tiene su acceso por un edificio (parece que también en Londres existen estaciones así ubicadas).

Llegamos al hotel. Aseo rápido y preparación de la cena con las viandas compradas en el Carrefour y degustación del foie y del burdeos, hasta finiquitarlos ¡Esto es vida!

Saint Michel (Francia)

Amanece, algo nublado pero sin lluvia, el día13. Tras el último pantagruélico desayuno en este hotel pasamos, a una vinoteca cercana, a comprar champagne y burdeos.

Con todos los deberes hechos, y previo pago de nuestra estancia en el hotel, partimos hacia el Mont Saint Michel.

Le pito, suavemente, en el semáforo de la calle del hotel para que se decida a rebasarlo (está en verde) y un paisano se echa las manos a la cabeza haciendo gestos como si le hubiera traspasado un rayo, al tiempo que me hace aspavientos ¿Será que en esta ciudad no se utiliza el claxon o es que me ha tocado el sensible de turno? ¡Es su problema! ¡Que le den!

¡Adieu Paris! ¡Au revoir!

Salir de aquí es casi tan complicado como entrar. Damos unas vueltas… y otras más, y tras una hora, logramos acertar con la carretera que nos dejará en el Mont Saint Michel.

Paramos a tomar un tente en pié en un restaurante (no dentro, en el aparcamiento) y empezamos a atravesar ciudades y campos.

Saint Michel (Francia)

Vamos subiendo (en altura). Paramos en un área de descanso (el que más suciedad tenía de todo el recorrido) donde efectuamos la comida y terminamos el burdeos que nos quedó de la cena. Seguimos por carreteras de dos direcciones hasta llegar a un bonito pueblo medieval (que dejamos a la derecha, pues no paramos) que crece a los pies de lo que –a la distancia que lo veo– parece un castillo, una construcción defensiva o similar, y seguimos hasta la aldea, pueblo o lo que sea a un kilómetro del famoso y espectacular Mont Saint Michel. Intentamos, en dos ocasiones, encontrar mobile home en dos campings del lugar y habitación en un hotel, sin éxito.

Entramos en la abarrotada columna de coches que se dirigen al Mont, propiamente dicho, y tras una espera de unos quince o veinte minutos llegamos al inmenso aparcamiento, de pago, que han ubicado en los terrenos libres de las cercanías.

Hay que llegar andando hasta la entrada de la, a ratos, isla fortificada. Sólo los que tienen reserva en uno de los hoteles del montículo pueden llegar hasta el aparcamiento que hay a su vera.

Hemos aparcado, como todo el mundo, a seiscientos o setecientos metros del promontorio, después de pasar por ventanilla y pagar (menudo negocio tienen en este país con los aparcamientos ¡Gallardón ha estado aquí!). Recorremos la distancia que nos separa del portón de entrada haciendo fotos de la hermosa mole y luchando contra las ráfagas de viento que nos sacuden en el estrecho camino de arena –el asfalto lo dejamos para los coches de los suertudos que van a pasar la noche dentro de la fortificación–.

Panorámica desde Saint Michel (Francia)

La vista impresiona: un inmenso montículo rocoso de granito, culminado por una construcción religiosa –de origen benedictino– que apunta hacia el cielo, en medio de una llanura limosa de arena de playa (a estas horas totalmente humedecida) que lentamente ha sido depositada allí por las crecidas diarias del mar y que se pierde en la distancia. Más allá divisamos, cuando llegamos al portón de entrada –a más bajo nivel que la carretera que da acceso al aparcamiento para los hoteles–, otra “isla” más cercana al lugar del que viene el agua de mar y, por tanto, más separada de tierra (a un kilómetro, más o menos) de la que únicamente puedo apreciar que está cubierta de verde (no distingo si son árboles, maleza, hierba, etc.) y motitas oscuras que se mueven en nuestra dirección ¡Son personas que regresan de allí metidas hasta las corvas en la arena húmeda!

La tarde, a cada minuto que pasa, va empeorando climáticamente. Está nublado, con viento y amenazando llover ¡Vaya plan!

Plano del Mont Saint Michel

Atravesamos el antiguo portón a codazos –somos más de los que cabemos– y sujetando a los niños para no perderlos de vista. Entro en la oficina de turismo y me dan un plano peor que el que he conseguido en Madrid. Atravesamos otra puerta levadiza (hoy en día fijada al suelo) y comenzamos a subir por estrechas calles que, suponemos, nos llevarán hasta la entrada a la abadía.

Saint Michel (Francia)

Efectivamente, tras el callejeo, llegamos a una construcción que encierra a la abadía donde, en una sala, han puesto la venta de tickets. Pagamos (los niños, como viene siendo norma, no pagan) y subimos por una escalera que nos saca a una calleja exterior de la abadía que, a través de unas escaleras ceñidas por dos grandes muros, nos va elevando hasta la explanada de acceso a la iglesia, desde donde se tienen las mejores vistas del entorno y de la propia roca.

Las chicas pasan por los baños, donde hay que pagar, situados junto a la iglesia y comenzamos nuestra visita (que es la última del día ¡Por los pelos!).

La iglesia no siendo ni pequeña ni grande (lo justo para los monjes que allí vivían y los peregrinos que por allí pasaban) es llamativa. Por los decorados suelos, los bonitos y amplios ventanales, por todo y por tan poco.

Pasamos por el lateral al recoleto y hermoso claustro, desde donde mirando por cada uno de los tres ventanales –protegidos por cristal– hay las mejores vistas de los alrededores.

Seguimos por el refectorio. Un salón amplísimo de elevados techos y magnífica iluminación natural.

Desde aquí bajamos a la Sala de Recepciones, donde se recibía a los nobles y éstos se hospedaban y hacían su vida.

Girola Saint Michel (Francia)

Seguidamente pasamos al Escritorio, donde los monjes escribían sus pergaminos y copiaban libros y códices.

Vamos pasando de una a otra sala mientras, a nuestras espaldas, van cerrando las puertas que hemos superado (efectivamente, somos el último grupo que visita la abadía en el día de hoy).

La visita finaliza saliendo a los jardines que rodean el complejo monacal. Empieza a chispear.

Aquí ya hemos visto todo.

Las calles se van despejando de gente y los restaurantes y locales se van llenando.

Nos dirigimos al aparcamiento, donde ya no quedan apenas coches. Todo tiene su lado bueno: no tendremos que esperar, para salir, la misma cola que cuando llegamos.

Seguimos recto por la carretera (tiene tres: a izquierda –por la que vinimos–, centro –por la que nos vamos– y derecha –que supongo lleva a Saint Malo–) hasta la localidad de Portonson.

En este lugar paramos para cenar en un restaurante.

Lo encontramos en la plaza por la que hemos llegado, un recoleto, tranquilo y curioso lugar. Consta de una barra circular (donde no hay nadie) para beber, una zona intermedia (donde están los curiosos aseos, pues son comunes a hombres y mujeres, lo que causa un malentendido en una mujer de rasgos asiáticos –por creer que ha entrado en el de caballeros–) que consta de un par de mesas y un amplio comedor (que está atestado). La que parece ser la dueña nos dice que, aunque para ellos ya ha pasado la hora de cenar, nos servirán.

Claustro de Saint Michel (Francia)

Los niños toman pasta y los adultos carne y una especie de salchicha (de fuerte, para mi refinado paladar, y característico sabor a cerdo) que debe ser parte del recetario culinario de la zona (cuando entramos un padre y su hijo tomaban esta especie de salchicha con apetito). Cenamos bien y partimos con destino, para descansar, a Rennes.

Llegamos a Rennes, ya entrada la noche, donde perdemos más de una hora en buscar alojamiento. Primero en Los Ibis, después en Novotel y, finalmente, en el Citotel “Le Bretagne”, frente a la Estación Central de ferrocarril, donde acabamos alojados, en sendos áticos, a los que se accede tras subir a la tercera o cuarta planta –no recuerdo– en ascensor y dos tramos de estrechas escaleras, con mucho silencio y sigilo. Como ya es tarde no querrá que despertemos al resto de huéspedes. Es humilde y sencillo, pero cómodo. El ventanal –que hace de tragaluz, pues el techo está abuhardillado– ofrece una magnífica vista de la place de la Gare.

Aparcamos los coches, pues no tiene aparcamiento propio, a doscientos metros de la place de la Gare en la que se encuentra (en el boulevard Magenta) advertidos de que, a las nueve de la mañana del día siguiente, hemos de bajar a poner el ticket de aparcamiento correspondiente.

El 14 de agosto amanece un precioso día de verano. Ducha y a poner el ticket.

Desayunamos en el hotel un escueto desayuno (zumo, bollo y café –colacao o leche en el caso de los niños), pagamos y continuamos viaje.

Abandonamos esta bonita (por lo que anoche pudimos ver) y bien urbanizada ciudad para encaminarnos a Nantes.

Nantes nos recibe con su río (en este tramo del viaje todas las ciudades que atravesamos están, a su vez, atravesadas por algún río) y sus alegres y antiguas calles.

Aquí hay tranvía y aparcamientos disuasorios para que, los que llegamos, no tengamos la tentación de meternos con el coche por las estrechas calles.

Aparcamos, pues, en un amplio aparcamiento junto al río y próximo al casco viejo (para variar han puesto, en los parquímetros, una pegatina que indica que del 15 de julio al 15 de agosto es gratuito ¡Qué suerte!) y comenzamos nuestro deambular por esta ciudad.

Entramos por la rue de la Fosse en la que hay una figura compuesta con el tronco de un árbol hecho tablones uniformes y abierto, manteniendo su original forma, en abanico ¡Muy bonito! Pero poco ecológico. Subiendo por esta calle pasamos ante el passage de la Pommeraye, que une las calles de la Foie y Santeuil, una elegante galería de tiendas construida en el siglo pasado (nuestro desconocimiento de la existencia de dicho pasaje hace que pasemos ante él sin atravesarlo –yo, con el instinto que me caracteriza, hice una foto porque me pareció bonito desde fuera–).

Más adelante llegamos a la place Royale, que está en rehabilitación, para acceder a la Iglesia de San Nicolás, también en proceso de mejora (sólo les queda restaurar el lateral izquierdo). Preciosa iglesia que por sí misma tiene suficiente categoría arquitectónica para merecer una visita.

Se nos echa encima la hora de comer y empieza a llover, por lo que hemos de volver al coche a recoger sus chubasqueros, mientras que las chicas y los niños se refugian en una hamburguesería-pizzería y yo hago fotos del interior.

Ya que estamos en un sitio adecuado aprovechamos para comer. Ensaladas y bocadillos de estilo árabe. Sabroso y diferente.

Acabamos el ágape y, a su vez, acaba de llover. Subimos calle arriba buscando la catedral (una señora me ha dicho que está hacia arriba y a la derecha). Caminamos por calles totalmente vacías (me empiezo a mosquear) donde no pasa, aparte de nosotros, un alma. En un cambio de calle se cruza con nosotros una joven (de buen ver, además) a la que le pregunto, de nuevo, por la catedral y nos indica que está en la dirección contraria ¡Cachis! Damos la vuelta (hemos perdido bastante tiempo –íbamos cuesta arriba ¡eh! –) y salimos a la calle por la que subimos para atravesar un amplio boulevard, Cours des Cinquante Otages, transitado por, relativamente, pocos coches y un tranvía por dirección. Atravesamos por la rue des Trois Croissantes, la rue Fénelon, la rue Beau Soleil y la rue de Verdun (éstas sí bastante transitadas) y llegamos a la plaza de San Pedro, donde se encuentra la Catedral de San Pedro y San Pablo.

A un lado de la plaza está la Oficina de Turismo, hacia allí me dirijo (para pedir el plano correspondiente, claro). Pues va a ser que no, la individua que está dentro, hablando por teléfono, ni se digna mirar hacia la puerta, que está cerrada a cal y canto a pesar de que un cartel dice que el horario abarca hasta las 18 horas, y pasa de mí y del resto de personas que se acercan a pedir información.

Me uno al resto, que ya está en la Catedral.

De estilo Gótico tardío, empezó a construirse en 1434 y se terminó en 1893, lo que representa nada menos que 457 años de obras. La fachada tiene elementos modernos y dos torres con portadas ornadas con esculturas . En su interior se conservan las tumbas de Francisco II y Margarita de Foix, esculpidas por Michel Colombe en el siglo XVI.

Desde la Catedral al Castillo de los Duques de Bretaña (del siglo XV), vamos paseando por un amplio, y peatonal, boulevard que acaba en unas escaleras que nos depositan junto al castillo, muy cercano al recinto religioso (desgraciadamente también está en restauración y, por ello, cerrado al público).

Acaba nuestra visita a los monumentos de esta ciudad y seguimos viaje hacia Burdeos atravesando un largo y moderno puente.

Tomamos la autopista, de peaje, y conducimos hasta bien entrada la tarde. Llegamos a las cercanías de Burdeos atardeciendo, y damos unas cuantas vueltas hasta conseguir llegar al corazón de esta ciudad, por lo que localizamos el hotel de noche (Ibis, por supuesto).

Nos instalamos y salimos a visitar la ciudad por la noche. En recepción nos aconsejan dejar el coche en el aparcamiento del hotel (sin dejar nada a la vista, por si acaso) y tomar el tranvía que funciona hasta tarde (las 12 ó la 1, no lo recuerdo).

Llegamos a la parada, que coincide con el final de la línea, del tranvía frente a la Estación de Ferrocarril. Una máquina expendedora de billetes (en el tranvía no se puede obtener) nos hace la vida imposible (somos incapaces de sacar los billetes), llega el tranvía y pedimos que espere al conductor. Como no acertamos a conseguir los billetes el conductor nos apremia a que subamos sin billete. Le ofrecemos un billete de 10 euros y éste hace un gesto despectivo rechazándolo (debe pensar que somos tontos, y éstos y los niños no pagan). Viajamos gratis hasta el corazón de esta ciudad.

Llegamos a la plaza de la Bolsa. Edificios profusamente iluminados, aunque no por ello se tiene sensación de exceso lumínico, destacan por su arquitectura y amplitud.

Nos dirigimos hacia la rue Saint Rémi, en el centro de la plaza, que nace a la derecha del edificio del fondo, separado de los dos edificios (en forma de L), que conforman la plaza de la Bolsa (enclave que muestra el poderío de esta ciudad del siglo XVIII al XIX), por ésta y la rue Fernand Philippart.

Esta plaza fue un antiguo espacio urbano dedicado a Luis XV, construido sobre planos de Jacques y Gabriel, entre 1731 y 1755.

Durante la revolución se desmontó la estatua real, dedicada a Luis XV, y en 1864 se situó en su lugar la fuente de las Tres Gracias, de bella factura.

El magnífico conjunto urbano se abre frente al poderoso río Garona.

Avanzamos por la estrecha calle, orlada de bulliciosos y repletos restaurantes y pubs, hasta que giramos a la derecha, con la vista puesta en el llamativo Gran Teatro (orgullo de la ciudad), situado en la plaza de la Comedia. En la calle que conduce al Gran Teatro descubrimos una tasca “española” (lo cierto es que si no lo es merecería serlo. Es el lugar más bullicioso, con música flamenca incluida, que hay en todas estas callejas –peatonales o restringidas para vehículos de residentes–)

El Gran Teatro, impresionantemente iluminado –como todas las edificaciones emblemáticas de esta ciudad–, se construyó entre 1773 y 1780 por el arquitecto Víctor Louis. Se trata de uno de los edificios más bellos de Francia en su género. Su estilo clásico, con su columnata y las doce estatuas que representan a musas y diosas, hacen de su fachada una grandiosa obra de arte. El interior es también notable, con delicada actuación en escaleras, palcos, etc. y un fino trabajo en madera.

Damos un paseo por las tranquilas plazas y calles de esta ciudad disfrutando del silencio que, en todo el país, forma parte de sus usos y costumbres.

Decidimos regresar al hotel (en tranvía, por supuesto) y obtenemos los billetes (que curiosamente tienen validez para una hora en cualquier línea y tantas veces cuanto lo utilices durante esa hora) en una máquina expendedora. Volvemos a la plaza de la Bolsa y tomamos el tranvía.

Preparamos la cena en el hotel y yo me subo una cerveza, fresca y buena, que he pedido en el bar del hotel.

¡Mira que he tomado poca cerveza en este viaje (por aquello de que hemos pasado los días en la carretera)!

Despertamos al día 15, último que pasaremos en Francia. Desayunamos, como se desayuna en la cadena Ibis, pagamos y abandonamos el hotel para regresar a nuestra tierra.

Tomamos la autopista y derechos hasta la frontera ¡Sin paradas! Hemos dejado, sin ver, la duna de Pyla (famosa por ser la más alta de Europa, con sus más de 100 metros, y de una extensión de 500 metros) próxima a Bassin d'Arcachon, en las Landas.

Llegamos a la frontera y paramos en el último pueblo de nuestro vecino francés: Biriatou.

¡Qué pueblo más bonito y que semejanzas tiene con los del País Vasco (¿Será por pertenecer al País Vasco-Francés?)!

Tranquilo, recoleto, silencioso, pegado a la falda de un monte, con unas magníficas vistas de los alrededores (franceses y españoles) ¿Qué más puedo decir?

Allí comemos. Compramos la bebida (coca-cola en botella de 33 cl y agua) en un hostal-restaurante situado junto al frontón y la iglesia del lugar. Admiten perros a juzgar por el que está bajo la mesa con sus dueños mientras comen.

Tras la comida visitamos la iglesia. En la zona más elevada del pueblo. Muy pequeña. Pero… ¿Para qué quieren más? Tiene una balconada interior perimetral de madera, con accesos por las cabeceras de ambos lados, que hace que haya más espacio para los fieles.

Oscura y tranquila: lo justo para la meditación y el recogimiento.

Fotos y visita al cementerio que está junto a la iglesia ¡Qué buenas vistas hay desde aquí arriba!

Bueno nos vamos de Francia.

Entramos, pagando el peaje, en España ¡No hemos terminado de entrar y ya nos cuesta dinero ser españoles!

Repostamos. Explico a un portugués, porque su padre así lo requiere –no él–, cómo llegar a Portugal desde allí. Y seguimos hasta las afueras de Burgos, donde pretendemos tomar un tente en pié en un restaurante. No puede ser.

Seguimos unos cientos de metros hasta un restaurante de carretera, donde no tienen, salvo un recalentado pincho de chorizo , –son las cinco de la tarde– nada que ofrecernos para mitigar el hambre. Y los servicios están muy nuevos pero hechos una pena: sin papel higiénico y con agua por todo el suelo (igualito que los aires y áreas de servicio de Francia).

Continuamos, con un agujero en el estómago, hasta Lerma.

Paramos donde lo hacen los autobuses, tanto de línea como los particulares, y tomamos unos bocadillos al estilo español (tortilla, chorizo, etc.). Los niños toman un helado de postre y los mayores un café.

Seguimos camino hacia el área de servicio preparado para el descanso de los que viajan con destino a Marruecos, y el Magreb en general, cerca de La Cabrera. Hacemos nuestra última parada. Descansamos y nos despedimos. Cada uno irá a su casa.

Ha concluido el viaje que iniciamos el día 2 por tierras francesas.

A la llegada a casa el cuenta kilómetros marca 3. 646 km.

by

© Fotografías y textos son propiedad:

R. Rico

© Bajo el soporte de:

www.viajeuniversal.com

 
   
PULSE PARA IR A LA PARTE SUPERIOR DOCUMENTO